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Iniciamos la
contemplación del cuadro por
la parte alta de la derecha: una sinagoga ardiendo profanada por un uniformado que arroja
al suelo objetos sagrados. Siguiendo el movimiento de las agujas del
reloj observamos al judío
errante pisando un enorme rollo de la torá en llamas.
Saliéndose casi del cuadro, una desesperada madre con su hijo. En
el centro, en primer plano, la menorá o candelabro de siete brazos que alumbraba
el Tabernáculo y ahora también está encendido.
Divisamos
a continuación tres personajes mayores que huyen, portando uno de ellos el
Rollo Sagrado, llorando otro... Más arriba, perseguidos hebreos intentan
escapar, aterrorizados, en una atestada embarcación. Si miramos ascendiendo,
soldados con banderas rojas masacran un poblado judío. Y en lo más alto, cuatro
personajes de aspecto rabínico flotan y discuten como lamentando que no
se puede hacer nada.
Está fechado el lienzo en 1938, a pocos meses de la Segunda
Gran Guerra: pero la
persecución del pueblo judío no
es invento de Hitler: fue testigo Chagall, y víctima, del acoso
permanente de los judíos en su país y en su región, de los “pogrom”o matanzas
masivas que obligaban
a millones de ellos a emigrar a otros países, como a Estados Unidos.
En 1938 ya estaba en marcha en
Alemania y Austria la
persecución antisemita que en ese mismo año se intensificaría, descarada y violentamente, a
partir de la noche de los cristales rotos...
EL PERSONAJE QUE CUELGA DE LA CRUZ ES TAMBIÉN JUDÍO...

Acabamos de recorrer, como en vía crucis, varias estaciones de sufrimiento del pueblo judío. Pero sorprende que un devoto israelita disponga en el centro de la persecución antisemita, en el centro de la injusticia y el caos, la figura luminosa(“Crucifixión blanca”) del Mesías cristiano, Jesús de Nazaret. Enmarcado, además, en una lengua de luz que baja de lo alto, que sube hacia el cielo, como la escala con ángeles que soñó Jacob (Génesis 28,10–22).
No ha de extrañarnos demasiado el talante abierto de Marc Chagall
hacia las otras religiones del Libro, pues, además de fervoroso
israelita> jasídico, conoció y amó la
religiosidad ortodoxa, mayoritaria en Rusia, y observó y admiró la
espiritualidad cristiana en Francia, su segunda patria.
Hay
una fuerza centrífuga, es
verdad, en los personajes, que ni siquiera dirigen la mirada al
Crucificado. Pero
más que por desprecio, acaso lo hagan por ignorancia. Sitúa
Chagall a Jesús en el centro, como Luz. Y, a sus pies, el
Candelabro del Templo de
Jerusalén expandiendo su círculo blanco. Dicho con claridad: el
personaje que cuelga de la Cruz es también judío, es el Pueblo de Israel crucificado de nuevo. Por eso cubre el pintor su desnudez con
el manto judío de oración, el “talit”.
Jesús de Nazaret, para el místico artista de Biolorrusia, encarna al Pueblo Judío. Y si Dios lo resucitó, resucitará también con él al Pueblo de la Promesa.