viernes, 5 de octubre de 2012



Cuadro de texto: Sinagoga cremada





Iniciamos la contemplación del cuadro por la parte alta de la derecha: una sinagoga ardiendo profanada por un uniformado que arroja al suelo objetos sagrados. Siguiendo el movimiento de las agujas del reloj observamos al judío errante pisando un enorme rollo de la torá en llamas. Saliéndose casi del cuadro, una desesperada madre con su hijo. En el centro, en primer plano, la menorá o candelabro de siete brazos que alumbraba el Tabernáculo y ahora también está encendido.
Divisamos a continuación tres personajes mayores que huyen, portando uno de ellos el Rollo Sagrado, llorando otro... Más arriba, perseguidos hebreos intentan escapar, aterrorizados, en una atestada embarcación. Si miramos ascendiendo, soldados con banderas rojas masacran un poblado judío. Y en lo más alto, cuatro personajes de aspecto rabínico flotan y discuten como lamentando que no se puede hacer nada.
Está fechado el lienzo en 1938, a pocos meses de la Segunda Gran Guerra: pero la persecución del pueblo judío no es invento de Hitler: fue testigo Chagall, y víctima, del acoso permanente de los judíos en su país y en su región, de los “pogrom”o matanzas masivas que obligaban a millones de ellos a emigrar a otros países, como a Estados Unidos. En 1938 ya estaba en marcha en Alemania y Austria la persecución antisemita que en ese mismo año se intensificaría, descarada y violentamente, a partir de la noche de los cristales rotos...
EL PERSONAJE QUE CUELGA DE LA CRUZ ES TAMBIÉN JUDÍO...
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Acabamos de recorrer, como en vía crucis, varias estaciones de sufrimiento del pueblo judío. Pero sorprende que un devoto israelita disponga en el centro de la persecución antisemita, en el centro de la injusticia y el caos, la figura luminosa(“Crucifixión blanca”) del Mesías cristiano, Jesús de Nazaret. Enmarcado, además, en una lengua de luz que baja de lo alto, que sube hacia el cielo, como la escala con ángeles que soñó Jacob (Génesis 28,10–22).
No ha de extrañarnos demasiado el talante abierto de Marc Chagall hacia las otras religiones del Libro, pues, además de fervoroso israelita> jasídico, conoció y amó la religiosidad ortodoxa, mayoritaria en Rusia, y observó y admiró la espiritualidad cristiana en Francia, su segunda patria.
Hay una fuerza centrífuga, es verdad, en los personajes, que ni siquiera dirigen la mirada al Crucificado. Pero más que por desprecio, acaso lo hagan por ignorancia. Sitúa Chagall a Jesús en el centro, como Luz. Y, a sus pies, el Candelabro del Templo de Jerusalén expandiendo su círculo blanco. Dicho con claridad: el personaje que cuelga de la Cruz es también judío, es el Pueblo de Israel crucificado de nuevo. Por eso cubre el pintor su desnudez con el manto judío de oración, el “talit”.

Jesús de Nazaret, para el místico artista de Biolorrusia, encarna al Pueblo Judío. Y si Dios lo resucitó, resucitará también con él al Pueblo de la Promesa.
 

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